Durante los meses que la humanidad se ha estado enfrentando a la pandemia por SARS-CoV-2, se ha popularizado la idea de que los niños y adolescentes son cuasi inmunes al patógeno o que los cuadros que presentan por la enfermedad de la COVID-19 son sumamente leves y a veces imperceptibles.
Con estos antecedentes se puede inferir que hasta el momento las pruebas, investigaciones y estudios médicos acerca de los efectos secundarios del padecimiento en este segmento poblacional es menor, subvalorado y por consecuencia menos conocido; esto podría tener probables consecuencias funestas a la salud pública global.
El conocimiento de los síntomas, la infectividad epidémica y los patrones de transmisión del patógeno en niños y adolescentes es importante para formular, adaptar y mejorar las medidas de control de la enfermedad por el nuevo coronavirus, especialmente porque la vacunación apenas comienza a estar disponible en muchos países para este rango de edad. (1)
A diferencia de otros virus respiratorios, a partir de la aparición y propagación del SARS-CoV-2, llamó la atención que, de manera clara, los más afectados eran los adultos mayores y los menos vulnerables, niños y adolescentes. Estadísticamente, tanto en hospitalizaciones como en defunciones, los niveles alcanzados por este segmento poblacional mostraron índices sumamente bajos.
Comparado con los adultos, cuyos síntomas en más del 90% de los casos reportaban fiebre, tos o dificultad respiratoria, solo el 70% de niños y adolescentes tienen estas manifestaciones. La COVID, en este rango, puede confundirse con otros padecimientos respiratorios, lo que se convierte en un reto importante en el diagnóstico.
Con el paulatino desconfinamiento será importante detectar a los niños y adolescentes presentan infección aguda por la COVID-19 y quienes tienen otro tipo enfermedad con cuadros clínicos completamente equiparables; la única manera de tener certidumbre serán los resultados por pruebas PCR que se apliquen en casos sospechosos.
Actualmente, el comportamiento pandémico en la sociedad se ha ido modificando, tanto por las variantes emergentes del virus, como por el avance en la vacunación de adultos. Esta combinación hace que hoy exista una mayor proporción de casos positivos en niños y adolescentes con una gran mayoría de gravedad leve y una letalidad extremadamente baja, sin embargo, no se debe minimizar la situación. (2)
Los niños con comorbilidades están dentro de los segmentos de mayor riesgo (deficiencias cardiacas, pulmonares, metabólicas, inmunológicas y padecimientos como el síndrome de Down y cáncer). Entre más enfermedades se tengan, los niveles de vulnerabilidad aumentan exponencialmente; también se ha observado que el contexto social (pobreza, falta de acceso a servicios de salud, desnutrición, insalubridad, etc.) tiene repercusiones en elevar la mortandad.
Para identificar los casos positivos de niños y adolescentes, será importante revisar el entorno familiar sobre casos recientes de la enfermedad (tratamiento sintomático, vigilancia y aislamiento durante 10 días). En el caso de no existir un nexo epidemiológico claro, será imprescindible la aplicación de la prueba PCR para descartar o confirmar el diagnóstico; las pruebas de antígeno negativas no descartan el padecimiento.
Fuera de estos casos, existe el llamado Síndrome Inflamatorio Multisistémico (MIS-C). Esta disfunción multiorgánica se distingue por presentarse en la etapa final de la enfermedad con PCR positiva o casos con PCR negativa con detección de anticuerpos para la COVID-19. Tiene similitudes con la enfermedad de Kawasaki y con el síndrome de choque tóxico (fiebre alta de difícil control, dolores abdominales, vómito o diarrea, rush, conjuntivitis, mialgias, cefaleas, malestar general y pueden o no tener síntomas respiratorios) lo que puede producir diagnósticos confusos.
Los síntomas más graves de este MIS-C son las disfunciones cardiacas agudas con choque cardiogénico, lo que hace necesario el apoyo de una terapia intensiva pediátrica, con la cual la mayor parte de los niños salen adelante; aunque llegan a presentar periodos de mucha gravedad. Dado que los principales síntomas son fiebre y dolor, la mayoría de los casos llegan en etapas tempranas a recibir atención hospitalaria.
Respecto al tratamiento de los casos, ya habíamos mencionado que en casos leves todo se centra en el formato sintomático; en el caso de los más severos en adolescentes, se requiere un manejo avanzado de la vía aérea con medicamentos y asistencia de oxígeno. En el caso del MIS-C, el tratamiento se da a través de inmunoglobulina intravenosa con o sin esteroides. Cabe señalar que esta praxis no se hace con base en ensayos clínicos, aún falta investigación específica al respecto.
No existen certezas de por qué a los niños afecta de manera diferente que a los adolescentes y adultos. Una de las principales hipótesis son las diferencias en la expresión del receptor ECAII; sabemos que para que el SARS-COV-2 pueda adherirse a las células de los diferentes aparatos, sistemas y órganos, necesitan unirse por medio de este “picaporte”. Algunos estudios demuestran que hay una menor expresión del receptor en menores de 10 años.
Otro planteamiento hipotético plantea la llamada inmadurez inmunológica, la cual protege a este rango poblacional de la inflamación descontrolada y el desarrollo del SRDA (Síndrome de Dificultad Respiratoria Aguda). También se está planteando que la posible exposición a otros tipos de Coronavirus que producen catarro común podría generar cierto grado de reactividad positiva ante el patógeno.
La vacunación de niños y jóvenes también ha sido un tema que ha generado controversia. Entre los argumentos para justificar la probidad de la vacunación, está el hecho de la baja posibilidad de generar casos graves en niños y adolescentes (sobre todos en casos de alto riesgo), esto hace que los pocos casos intensos deban prevenirse a toda costa. Con la circulación de otras variantes, la inoculación masiva también favorece la inmunidad poblacional, esto permite que los chicos puedan regresar a sus actividades habituales, bajo protocolos sanitarios efectivos.
Las evidencias de las investigaciones en vacunas para niños y adolescentes son más limitadas que las realizadas en adultos, sin embargo, en algunos estudios se ha observado que estas aplicaciones generan una mayor inmunogenicidad en adolescentes que en adultos jóvenes, es decir, un perfil de seguridad bastante bueno sin eventos adversos graves. Los laboratorios más avanzados en este sentido son Pfizer y Moderna, cuyas vacunas se encuentran en etapas adelantadas de estudio, investigación y aprobación por parte de las agencias regulatorias.
Las aprobaciones de los biológicos para su aplicación masiva se han ido bajando en grupos de edades distintos y diferenciados. Por un lado, el bloque de los 12 años en adelante con aprobaciones emergentes prácticamente de manera global, el grupo de 5 a 11 años, con avances y anuencias avanzadas, posteriormente el grupo de 2 a 5 años y recientemente ya existen estudios clínicos para el segmento de 6 meses a 2 años. También se están llevando estudios en niños y adolescentes con otras vacunas como Sputnik, Novavax, Sinopharm, Sinovac, etc.
La vacunación en este grupo poblacional ha demostrado una gran efectividad en el control de la enfermedad. Será responsabilidad de los padres de familia estar informados y sopesar los riesgos inherentes al padecimiento en este grupo poblacional, considerando el proceso de inoculación, minimizando los riesgos y maximizando las medidas sanitarias. (3)